¿Cómo he podido vivir sin ti?



​ Los más jóvenes no se lo pueden creer. No, para ellos es inconcebible un mundo sin PC, correo electrónico, Internet, teléfono móvil, microondas, vídeo, discos compactos o videojuegos. Un mundo en el que solo disponíamos del teléfono de casa y el del trabajo, en el que el mecanismo más moderno de comunicación era el fax y en el que los vinilos eran los reyes de la discoteca de casa. Un mundo en el que no existían los SMS para comunicarse con los colegas y en el que no tenían significado alguno las palabras chat, MP3, DVD, zapping o mando a distancia…



Pero no hace tanto tiempo de aquello. En tan solo 18 años hemos vivido una revolución que excede lo tecnológico para adentrarse en el terreno de lo sociológico. Porque esta revolución ha cambiado nuestra forma de trabajar, nuestro concepto del ocio y también el modo en que nos comunicamos con nuestros semejantes.



En el trabajo, la llegada del PC y sus sucesivas innovaciones —de la pantalla de fósforo y la doble disquetera al monitor plano a todo color y al reproductor de CD-ROM y DVD— han facilitado nuestras tareas hasta extremos impensables hace apenas dos décadas. La irrupción de Internet —hace solo 10 años que se creó la primera página web española— ha supuesto un cambio en nuestra concepción del mundo y ha hecho real aquella idea de un universo global en el que, en cuestión de segundos, la información viaja por autopistas virtuales de un extremo a otro del planeta. Y el correo electrónico ha desbancado al fax, ya que permite no solo la recepción y envío de textos, sino de formatos de audio y vídeo.



Ha cambiado también nuestro concepto del ocio: en estos años, las películas han ido abandonando las salas de cine para instalarse en el salón de casa gracias primero al vídeo convencional y últimamente al DVD; la progresiva apertura de nuevas cadenas televisivas abrió de par en par las puertas al mando a distancia—que desde entonces sería uno más en la familia—; los vinilos fueron condenados a cubrirse de polvo a favor de unos pequeños discos compactos que no se rayaban y que con el tiempo dieron origen a una piratería en serie capaz de amenazar a la industria discográfica. También en estos años ha sido cuando nuestros recuerdos han saltado de los álbumes fotográficos a los disquetes y a las cintas de vídeo. Y cuando nuestros hijos han dejado de jugar a la comba, al rescate o a balón prisionero para pasar a perseguir marcianitos o a convertirse en los reyes del joystick.



Y en cuanto a la forma en que esta revolución tecnológica ha cambiado el modo de relacionarnos, baste con pensar en el auge de la telefonía móvil. Si hace apenas 10 años todavía nos resultaba no solo innecesario sino hasta ridículo el móvil, hoy en día su número supera al de teléfonos fijos y ya no hablamos de un móvil por familia sino de uno por persona. En los adolescentes, su posesión y su forma de uso los define, y los mensajes cortos se han convertido en aglutinador de una cultura y en una forma de estar en el mundo. También los chats han cambiado el modelo de relación, y hoy unen soledades de todos los países.



Superada la sorpresa inicial de los primeros inventos, en estos años hemos aprendido otra lección: que la tecnología siempre irá mucho más rápido que nuestra capacidad de habituarnos a ella. Siempre habrá un ordenador más potente, un móvil con más funciones, un televisor con más nitidez o un videojuego más real. Porque esto es solo el comienzo.




El Internet cambió nuestra concepción del mundo.
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A. verdadero

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